En Europa, a finales de la Edad Media (siglo x al XIV), las azucenas, la rosa y el azahar empezaron a utilizarse en iglesias y monasterios como decoración y también para alimentación. Después de las cruzadas se introdujeron flores como el hibisco, la gardenia y las orquídeas que venían del Oriente Medio.

Esta
naturalidad se perdió en la época del Barroco (finales del siglo XVI y siglo
XVII), los caballeros obsequiaban flores pero sin olor ni espinas; sin
embargo se introdujeron las frutas tropicales en la decoración y era en estos
nuevos arreglos donde se utilizaban flores naturales.
Durante el Romanticismo (finales del siglo XVIII y durante el siglo XIX) se dio un idilio floral, la creatividad en los arreglos florales tanto en mesas de banquetes como en la decoración de las casas, era un motivo de competencia, principalmente entre las mujeres. Las personas llevaban flores en ramos o macetas con flores a sus casas como símbolo de felicidad.
A partir del siglo XX, los arreglos florales pasaron de ser flores románticas en floreros muy elaborados, a un concepto más simplificado y moderno basado en el antiguo arte japonés Ikebana (del cuál hablaremos en otro momento).
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